Romero dice que la
combinación entre lo que se consiguió y lo que se concedió, revela la compleja
relación establecida entre los trabajadores y el Estado, explicando que los
términos en que ésta relación se había desarrollado previo a las elecciones, se
modificaron radicalmente luego del triunfo de Perón. Perón ordenó la disolución
de los distintos nucleamientos que lo habían apoyado (entre ellos el Partido
Laborista), por los conflictos entre laboristas y radicales renovadores; los
viejos sindicalistas aspiraban a conducir una acción política autónoma,
solidaria con Perón, pero independiente. La decisión, que culminaría en la
creación del Partido Peronista, fue al principio resistida, pero en definitiva,
solo Cipriano Reyes se enfrentó con Perón, ganándose así una persecución; en
enero de 1947, Perón eliminó de la dirección de la CGT a Luis Gay, un veterano
gremialista del Partido Laborista y uno de los propulsores del proyecto
autónomo, y lo reemplazo por un dirigente de menor cuantía, indicando así la
voluntad de subordinar al Estado la cúpula de movimiento obrero. Otra vez no
hubo resistencias: según Romero, probablemente, para los trabajadores, “la
solidaridad con la que había hecho realidad tantos beneficios importaba más que
una autonomía política cuyos propósitos, en ese contexto, no resultaban
claros”.