miércoles, 6 de junio de 2012

Relación con el Movimiento Obrero


Una estadía en Europa anterior a la guerra, hizo que en Perón creciese una admiración por el régimen fascista italiano y un rechazo a lo que la Guerra Civil en España había causado; la preocupación lo llevó a ocuparse y tomar en cuenta a un sector actor dejado de lado para ese entonces: el movimiento obrero.
A cargo de la Dirección Nacional del Trabajo se dedicó a formar vínculos con los dirigentes sindicales que no fuesen comunistas; todos ellos fueron impulsados a organizarse y a presentar sus demandas, que empezaron a ser satisfechas: se extendió el régimen de jubilaciones, de vacaciones pagas, de accidentes de trabajo, se ajustaron las categorías ocupacionales y en general se equilibraron las relaciones entre obreros y patrones. En muchos casos, simplemente se trataba de aplicar disposiciones legales que estaban siendo ignoradas. Desde la Secretaría de Trabajo (previamente llamada Dirección Nacional del Trabajo), Perón expandía los mecanismos del Estados árbitro, mecanismos que habían sido esbozados durante el gobierno de Yrigoyen y a penas utilizados desde entonces.
La reacción de los dirigentes sindicales, en un comienzo, fue de duda y desconcierto: recientemente, ante gobiernos no interesados en desempeñar un papel mediador en la relación entre patrones, los dirigentes habían hecho un acuerdo con los partidos políticos opositores en el que los reclamos sindicales se fundían con la demanda democrática. En 1942 la CGT se dividió entre un sector más afín a los partidos opositores, encabezados por los comunistas, y un sector más identificado con la vieja línea sindicalista, donde se alineaban los gremios ferroviarios. La propuesta de Perón hizo que se agudizasen discusiones ya existentes entre dirigentes sindicales: el Frente Popular perdía atractivo a la vez que la polarización de la guerra lo revitalizaba; las mejoras que el coronel ofrecía eran demasiado importantes como para rechazarlas o enfrentar al gobierno. Por lo que los sindicalistas optaron lo que Juan Carlos Torre llamó una estrategia oportunista: aceptar el envite del gobierno pero no cerraron las puertas a la oposición.